"...ella nació para el menester de leer lo evidente al vuelo, y de rastrear lo escondido, sacándolo a la luz. Y labrada toda ella por la luz de los Andes, ha añadido al don de lugar su lealtad hacia la raza indígena..." Gabriela Mistral.
"...Oh mano blanda y dura
jazmín y garra, delicada mano
india mansa o quién sabe sí feroz criatura
saludo tu escultura
grande y alta como tu Altiplano"
Rafael Alberti
Gabriela Mistral la llamó "boliviana genial"; Rafael Alberti le escribió un poema en 1959: "... sueño de la madera: / el guayacán se amansa y se emociona, / ya es ternura aldeana, / espíritu de nube mensajera, / mujer desnuda o celestial Madona, / vetas dulces de sangre boliviana..."
Considerada una de las grandes escultoras que ha tenido Latinoamérica. Sus obras se caracterizan por un delicado trabajo de curvas y volúmenes y por una increíble habilidad en el uso del granito, alabastro, basalto y onix blanco, así como diferentes maderas.
"Sus creaciones están dominadas por las emociones humanas, la presencia de las montañas y la maternidad; que como mujer no la vivió y que traslada en cada una de sus piezas, tal dedicación y amor que va haciendo de ellas, sus hijos", comenta la curadora Cecilia Bayá.
Marína Núñez del Prado nace en La Paz en 1910. Estudia en la Escuela Nacional de Bellas Artes entre 1927 y 1929. Luego, ocupa el cargo de profesora de las cátedras de escultura y anatomía artística en la misma casa de estudio (1930-1938).
A lo largo de su vida realiza cerca de 163 exposiciones individuales en diferentes países. Siendo la primera artista boliviana invitada a participar de la Bienal de Venecia (1952-1959). Su labor creativa es premiada y expuesta en todo el mundo.
En sus viajes conoce a destacadas personalidades. Entre ellas a Gabriela Mistral, con quien entabla una franca amistad.
De quien escribe en la autobiografía llamada "Eternidad de los Andes": "Tengo la idea de que los ciegos pasan su vida asidos como náufragos a una esperanza, la esperanza de la luz. Me obsesiona el pensamiento, el viaje de los ríos y más aún, el viaje de los ríos subterráneos, a los que lo único ue los denuncia es un rumor remoto. Todas las aguas van con un rumbo único, van a la profunda matriz del mar. Los ciegos y los ríos me parece que van siempre con las manos extendidas, tanteando en la vida sus destinos.
A veces, tanto los ciegos como los ríos, se encuentran y caminan un trecho juntos, para luego separarse, porque a la luz y al mar hay que ingresar en soledad.
Todas estas reflexiones un poco extrañas, se me ocurren cuando recuerdo mi conocimiento y amistad con Gabriela Mistral.
Desde mi adolescencia aprendí el lenguaje bellamente difícil y amargo de la gran poetisa. (...) Gabriela suscita en mí una admiración apasionada y sus dulces poemas maternales me han anegado en un lloro silencioso de ternura. Ella y Santa Teresa, constituyen mis preferidas.
A Gabriela me ligan lazos fuertes e invisibles: el temblor cósmico, una fuerza psicológica que me parece venir de las montañas, un anhelo insaciable de maternidad y el constante manar de la vertiente de la ternura y el amor.
(...) Como es de conocimiento de todos. Gabriela fue escogida para recibir el Premio Nobel de Literatura y estaba de regreso de Suecia después de recibir ese homenaje universal, y quedó unos días en Nueva York. Anoticiadas de este acontecimiento, todas las organziaciones femeninas de la metrópoli se agruparon para ofrecerle su admiración y afecto. Hubieron muchos discursos, y luego, escuchamos todas, la voz pausada y serena de Gabriela, una mujer que, sin querer ella, era imponente como una montaña sólida y serena.
Al finalizar todos los discursos, alguien tuvo la iniciativa de pedirle su autógrafo; de pronto, los cientos de personas fueron formando una larga y rumorosa cola. Cuando llegó mi turno, vi los manos de Gabriela cansadas de tanto firmar y acercándome cuanto pude, le dije: "Yo quiero solamente estrecharle la mano". Ella levantó la cabeza y sonriente me preguntó quién era yo, y antes que pudiera articular mi respuesta, la Presidente de la Unión de Mujeres Americanas (UMA), doña Evangelina Vogn, le dijo: "Es Marina Núñez del Prado, la escultora". Gabriela me miró intensamente y dijo: "De no haber sido maestra y poetisa hubiera querido ser escultora, colecciono las figuras de sus Madonas que aparecen en las revistas, no recuerdo su nombre, pero es de Bolivia". La Presidenta de la UMA se apresuró en explicarle, diciendo: "Marina es de Bolivia y se la llama la Escultora de las Madonas".
Gabriela se puso de pie y me dio un abrazo, manifestándome su deseo de conocer mi estudio y ver de cerca mis madonas.
Sin mayores explicaciones se despidió de todas las damas que experaban su autógrafo y salimos del brazo rumbo al estudio. Una vez en él acarició una a una las madonas, se sintió tan a gusto que, charlando y charlando, se quedó hasta el día siguiente; por suerte el estudio formaba parte del departamento en que vivía, de modo que pude ofrecer a mi maravillosa amiga un lecho para su descanso.
Tuve la felicidad de frecuentar a Gabriela en muchas ocasiones. En 1952, cuando fui a Europa para exponer en la Bienal de Venecia, me invitó a pasar una temporada en su casa de Nápoles; Gabriela era cónsul vitalicio de Chile y vivía atendida de cerca por mi tan querida amiga, la poetisa norteamericana Doris Dana, joven y linda, alegre, inteligente y comprensiva. Con ambas compartí momentos inolvidables."
Cuenta Marina en sus memorias que de pequeña jugando con su hermano Guillermo a "pesca-pesca", pretendió ser la mujer-árbol de un circo que viajaba por todo el mundo.
Por Gabriela Mistral.- El caso de Marina Núñez del Prado sigue siendo el de un éxito fulminante en cada país que tiene la gracia de recibirla cuando ella desembarca con su familia o tribu de figuras, de grupos o de anchas composiciones que la declaran una creadora digna de época grande.
El convencimiento súbito y definitivo que su obra nos da, tal vez arranca de este hecho: ella esculpe el rostro de su gente; ella no tiene el devaneo de renegar o esquivar el rostro de su raza; en vez de esto ella declara su casta a voces (...)
Pienso todo esto viendo, por gracia, trabajar a Marina Núñez del Prado. (...) Es el caso de la vocación absoluta, del creador nato, añadiendo a esto la más rigurosa conciencia artesana. Sin alarde, en el silencio ardiente que llaman inspiración, echando miradas rápidas hacia el modelo, quien a su vez sigue esa diestra bruja, Marina cumple su comisión natural y sobrenatural de doblar un rostro, un torso o un cuerpo entero. Como en los mitos, ella nació para el menester de leer lo evidente al vuelo, y de rastrear lo escondido, sacándolo a la luz. Y labrada toda ella por la luz de los Andes, ha añadido al don de lugar su lealtad hacia la raza indígena.
(...)
El altiplano frecuenta a Mariana; él hizo sus ojos y su mirada y ella le devuelve generosamente cuanto ha recibido. Allí está su prole mágica de hombres, niños y mujeres, y del animal más bello que ha visto la luz; la llama con cuello de retrato prerrafaelista y ojos de Madona.
(...) En su conversación, que es otro de sus dones, ella enfrenta lo trágico lo mismo que lo feliz sin atarantarse nunca, con una placidez invariable y piadosa (...) Su serenidad parece venir de muchos sucedidos y de muchedumbre de criaturas y de cosas vistas y caladas por esa pupila sagaz y hasta mágica; el artista, entre otras cosas, es el brujo calador del secreto esquivo que llamamos rostro.
Todavía corre por el mundo -o por algunos de sus rincones- el prejucio de que el escultor-mujer flaquea delante de un arte que, como la escultura, demanda fuerzas. Es probable que el público de sus exposiciones piense delante del llamado "Grupo indígena" o de la "Madre Tierra" que aquello rodó de una especie de Walkiria que blandía un brazo y una mano despampanantes... Y no hay tal, que todo ese friso magnífico salió de una mujer pequeña y menuda, labrada por una meseta de aire y luz finísimos. (...)
Me gusta oirla hablar por la madurez y acierto constante de sus juicios (...) Es que las virtudes de su gran arte son las mismas de su vida cotidiana: vuelvo a aprender que el oficio se amelliza con la obra en los que son leales a sí mismos.
(...) tan feliz me ha hecho seguir la "saga" de la boliviana durante cinco horas que he querido dar a los míos estas migajas robadas del banquete que tuvieron mis ojos.
Se trata de una capacidad artística genial que ella regala, por generosidad, a una causa espiritual, prestándole su prestigio, pero sin caer en un lloriqueo lastimero y vacuo.
Marina Núñez del Prado ha puesto toda su obra prestigiosa a la empresa de sacar a la luz la desventura secular del indio (...) Corajudamente leal a la realidad boliviana, ella nos regala a manos llenas, en su arte, aquello que es primero y más ancho bulto de su ámbito. (...)
Marina es ya el caso de un maestro (...) Para la boliviana genial la Gracia se ha apresurado, pues su obra lanzada ya es ancha, y ya podemos decir de ella, sin caer en hinchazón, que ella "merece de la Patria", según la expresión popular. Pero la Patria suya rebosa a Bolivia, ella comprende toda su América india y mestiza. La fiesta es, por lo tanto, para todos nosotros.
Texto pertenece al libro "Eternidad en los Andes", Memorias de Marina Núñez del Prado, Ed. Lor Cochrane S.A., Chile, 1973.
"...Oh mano blanda y dura
jazmín y garra, delicada mano
india mansa o quién sabe sí feroz criatura
saludo tu escultura
grande y alta como tu Altiplano"
Rafael Alberti
Gabriela Mistral la llamó "boliviana genial"; Rafael Alberti le escribió un poema en 1959: "... sueño de la madera: / el guayacán se amansa y se emociona, / ya es ternura aldeana, / espíritu de nube mensajera, / mujer desnuda o celestial Madona, / vetas dulces de sangre boliviana..."
Considerada una de las grandes escultoras que ha tenido Latinoamérica. Sus obras se caracterizan por un delicado trabajo de curvas y volúmenes y por una increíble habilidad en el uso del granito, alabastro, basalto y onix blanco, así como diferentes maderas.
"Sus creaciones están dominadas por las emociones humanas, la presencia de las montañas y la maternidad; que como mujer no la vivió y que traslada en cada una de sus piezas, tal dedicación y amor que va haciendo de ellas, sus hijos", comenta la curadora Cecilia Bayá.
Marína Núñez del Prado nace en La Paz en 1910. Estudia en la Escuela Nacional de Bellas Artes entre 1927 y 1929. Luego, ocupa el cargo de profesora de las cátedras de escultura y anatomía artística en la misma casa de estudio (1930-1938).
A lo largo de su vida realiza cerca de 163 exposiciones individuales en diferentes países. Siendo la primera artista boliviana invitada a participar de la Bienal de Venecia (1952-1959). Su labor creativa es premiada y expuesta en todo el mundo.
En sus viajes conoce a destacadas personalidades. Entre ellas a Gabriela Mistral, con quien entabla una franca amistad.
De quien escribe en la autobiografía llamada "Eternidad de los Andes": "Tengo la idea de que los ciegos pasan su vida asidos como náufragos a una esperanza, la esperanza de la luz. Me obsesiona el pensamiento, el viaje de los ríos y más aún, el viaje de los ríos subterráneos, a los que lo único ue los denuncia es un rumor remoto. Todas las aguas van con un rumbo único, van a la profunda matriz del mar. Los ciegos y los ríos me parece que van siempre con las manos extendidas, tanteando en la vida sus destinos.
A veces, tanto los ciegos como los ríos, se encuentran y caminan un trecho juntos, para luego separarse, porque a la luz y al mar hay que ingresar en soledad.
Todas estas reflexiones un poco extrañas, se me ocurren cuando recuerdo mi conocimiento y amistad con Gabriela Mistral.
Desde mi adolescencia aprendí el lenguaje bellamente difícil y amargo de la gran poetisa. (...) Gabriela suscita en mí una admiración apasionada y sus dulces poemas maternales me han anegado en un lloro silencioso de ternura. Ella y Santa Teresa, constituyen mis preferidas.
A Gabriela me ligan lazos fuertes e invisibles: el temblor cósmico, una fuerza psicológica que me parece venir de las montañas, un anhelo insaciable de maternidad y el constante manar de la vertiente de la ternura y el amor.
(...) Como es de conocimiento de todos. Gabriela fue escogida para recibir el Premio Nobel de Literatura y estaba de regreso de Suecia después de recibir ese homenaje universal, y quedó unos días en Nueva York. Anoticiadas de este acontecimiento, todas las organziaciones femeninas de la metrópoli se agruparon para ofrecerle su admiración y afecto. Hubieron muchos discursos, y luego, escuchamos todas, la voz pausada y serena de Gabriela, una mujer que, sin querer ella, era imponente como una montaña sólida y serena.
Al finalizar todos los discursos, alguien tuvo la iniciativa de pedirle su autógrafo; de pronto, los cientos de personas fueron formando una larga y rumorosa cola. Cuando llegó mi turno, vi los manos de Gabriela cansadas de tanto firmar y acercándome cuanto pude, le dije: "Yo quiero solamente estrecharle la mano". Ella levantó la cabeza y sonriente me preguntó quién era yo, y antes que pudiera articular mi respuesta, la Presidente de la Unión de Mujeres Americanas (UMA), doña Evangelina Vogn, le dijo: "Es Marina Núñez del Prado, la escultora". Gabriela me miró intensamente y dijo: "De no haber sido maestra y poetisa hubiera querido ser escultora, colecciono las figuras de sus Madonas que aparecen en las revistas, no recuerdo su nombre, pero es de Bolivia". La Presidenta de la UMA se apresuró en explicarle, diciendo: "Marina es de Bolivia y se la llama la Escultora de las Madonas".
Gabriela se puso de pie y me dio un abrazo, manifestándome su deseo de conocer mi estudio y ver de cerca mis madonas.
Sin mayores explicaciones se despidió de todas las damas que experaban su autógrafo y salimos del brazo rumbo al estudio. Una vez en él acarició una a una las madonas, se sintió tan a gusto que, charlando y charlando, se quedó hasta el día siguiente; por suerte el estudio formaba parte del departamento en que vivía, de modo que pude ofrecer a mi maravillosa amiga un lecho para su descanso.
Tuve la felicidad de frecuentar a Gabriela en muchas ocasiones. En 1952, cuando fui a Europa para exponer en la Bienal de Venecia, me invitó a pasar una temporada en su casa de Nápoles; Gabriela era cónsul vitalicio de Chile y vivía atendida de cerca por mi tan querida amiga, la poetisa norteamericana Doris Dana, joven y linda, alegre, inteligente y comprensiva. Con ambas compartí momentos inolvidables."
Cuenta Marina en sus memorias que de pequeña jugando con su hermano Guillermo a "pesca-pesca", pretendió ser la mujer-árbol de un circo que viajaba por todo el mundo.
Por Gabriela Mistral.- El caso de Marina Núñez del Prado sigue siendo el de un éxito fulminante en cada país que tiene la gracia de recibirla cuando ella desembarca con su familia o tribu de figuras, de grupos o de anchas composiciones que la declaran una creadora digna de época grande.
El convencimiento súbito y definitivo que su obra nos da, tal vez arranca de este hecho: ella esculpe el rostro de su gente; ella no tiene el devaneo de renegar o esquivar el rostro de su raza; en vez de esto ella declara su casta a voces (...)
Pienso todo esto viendo, por gracia, trabajar a Marina Núñez del Prado. (...) Es el caso de la vocación absoluta, del creador nato, añadiendo a esto la más rigurosa conciencia artesana. Sin alarde, en el silencio ardiente que llaman inspiración, echando miradas rápidas hacia el modelo, quien a su vez sigue esa diestra bruja, Marina cumple su comisión natural y sobrenatural de doblar un rostro, un torso o un cuerpo entero. Como en los mitos, ella nació para el menester de leer lo evidente al vuelo, y de rastrear lo escondido, sacándolo a la luz. Y labrada toda ella por la luz de los Andes, ha añadido al don de lugar su lealtad hacia la raza indígena.
(...)
El altiplano frecuenta a Mariana; él hizo sus ojos y su mirada y ella le devuelve generosamente cuanto ha recibido. Allí está su prole mágica de hombres, niños y mujeres, y del animal más bello que ha visto la luz; la llama con cuello de retrato prerrafaelista y ojos de Madona.
(...) En su conversación, que es otro de sus dones, ella enfrenta lo trágico lo mismo que lo feliz sin atarantarse nunca, con una placidez invariable y piadosa (...) Su serenidad parece venir de muchos sucedidos y de muchedumbre de criaturas y de cosas vistas y caladas por esa pupila sagaz y hasta mágica; el artista, entre otras cosas, es el brujo calador del secreto esquivo que llamamos rostro.
Todavía corre por el mundo -o por algunos de sus rincones- el prejucio de que el escultor-mujer flaquea delante de un arte que, como la escultura, demanda fuerzas. Es probable que el público de sus exposiciones piense delante del llamado "Grupo indígena" o de la "Madre Tierra" que aquello rodó de una especie de Walkiria que blandía un brazo y una mano despampanantes... Y no hay tal, que todo ese friso magnífico salió de una mujer pequeña y menuda, labrada por una meseta de aire y luz finísimos. (...)
Me gusta oirla hablar por la madurez y acierto constante de sus juicios (...) Es que las virtudes de su gran arte son las mismas de su vida cotidiana: vuelvo a aprender que el oficio se amelliza con la obra en los que son leales a sí mismos.
(...) tan feliz me ha hecho seguir la "saga" de la boliviana durante cinco horas que he querido dar a los míos estas migajas robadas del banquete que tuvieron mis ojos.
Se trata de una capacidad artística genial que ella regala, por generosidad, a una causa espiritual, prestándole su prestigio, pero sin caer en un lloriqueo lastimero y vacuo.
Marina Núñez del Prado ha puesto toda su obra prestigiosa a la empresa de sacar a la luz la desventura secular del indio (...) Corajudamente leal a la realidad boliviana, ella nos regala a manos llenas, en su arte, aquello que es primero y más ancho bulto de su ámbito. (...)
Marina es ya el caso de un maestro (...) Para la boliviana genial la Gracia se ha apresurado, pues su obra lanzada ya es ancha, y ya podemos decir de ella, sin caer en hinchazón, que ella "merece de la Patria", según la expresión popular. Pero la Patria suya rebosa a Bolivia, ella comprende toda su América india y mestiza. La fiesta es, por lo tanto, para todos nosotros.
Texto pertenece al libro "Eternidad en los Andes", Memorias de Marina Núñez del Prado, Ed. Lor Cochrane S.A., Chile, 1973.